La Orden de las Vírgenes Consagradas, es una de las primeras formas de vida consagrada femenina en la Iglesia-hogar, cuyo origen se remonta a los inicios del cristianismo, y por el que las mujeres, sin abandonar sus hogares, se entregaban a Yeshúa-Mesías.

 

Una virgen consagrada es una mujer que ha sido consagrada por la iglesia a una vida de virginidad perpetua como novia del Cristo o Mesías. Las vírgenes consagradas son consagradas por el supervisor o guía del grupo de la iglesia-hogar (obispo).

 

Las vírgenes consagradas dedican su tiempo a las obras de amor, a la actividad apostólica, a la oración, y son maestras de grupos apostólicos, según su estado de vida y sus dones espirituales. Una virgen consagrada puede vivir bajo la guía de su supervisor, al servicio de la iglesia nazarena.

 

El rito de consagración de vírgenes para mujeres Se basa en la antigua práctica de la velatio virginum que se remonta a la era apostólica, especialmente a las primeras vírgenes mártires.

 

El velo que llevaban entonces era de color rojo refiriéndose a la sangre redentora del Mesías. En la iglesia-hogar de hoy no es necesario utilizar el velo.

 

 

Consagrarse al Señor en estado de virginidad ya era una realidad en tiempos de Saúl de Tarso el apóstol Pablo, quien nos habla en una ocasión, de aquella mujer que «se preocupa de las cosas del Señor, de ser santa en el cuerpo y en el espíritu» (1Co 7: 34). El libro de los Hechos de los Apóstoles nos dice incluso que Felipe –uno de aquellos que fueron elegidos por los apóstoles para dedicarse al servicio de las mesas- tenía 4 hijas vírgenes que profetizaban (Hch 21:8-9). No hay duda que este ideal de la virginidad consagrada fue encarnado por mujeres desde los primeros tiempos del mesianismo nazareno.

 

En el s. II era habitual referirse en latín a la Iglesia como Sponsa Christi, «Esposa de Cristo», y Tertuliano, que vivió en el norte de África, aplicó ese hermoso título a las vírgenes consagradas. Quién más que ellas podían encarnar con propiedad el genuino sentido que reclamaba la presencia «en misterio» de Cristo Esposo, poniéndose así en armonía con el Reino de Elohím (Cf. Mt 19:12).

 

En aquel tiempo, estas vírgenes consagradas vivían su vocación de un modo privado, sin ningún signo externo que las distinguiera de los demás. En cierto modo, esta temprana hora de la historia de la vida consagrada se puede asemejar a los inicios de todas las vocaciones de especial consagración, las que crecen tiernamente en el secreto de un trato íntimo con Quien ha salido imprevistamente a su encuentro.

 

Pero no era malo ser reconocidas y unir al Plan Divino el reconocimiento público y la confianza de la oración de toda la iglesia-hogar.

 

 

Hay indicios tempranos, en la Hispania a fines del s. III de la presencia de “Vírgenes Consagradas”. Y es notable conocer lo que el obispo Ambrosio, en el siglo IV, podía entrever de esta vocación. Lo sabemos porque una hermana suya fue consagrada por el obispo de Roma Liberio en la misma capital del Imperio. En su obra “De virginibus”, además de desarrollar un elogio a la virginidad, el obispo de Milán da ejemplos de este estado de vida, y presenta los preceptos que deben caracterizar su conducta. Y un detalle: alude al velo que el obispo tomaba desde el altar y entregaba a las vírgenes al ser consagradas, un signo saturado de sentido, pues nos habla de la relación conyugal (las novias se casaban –también en esa época- llevando un velo rojo) que el obispo aplicaba a las consagradas y también en la comida de comunión, de la cual toda vocación se alimenta. Qué grandeza –diría en una ocasión- cuando “a ti se te confiere el sacramento genuino de la virginidad” (“De virginibus” III, 2).

 

 

No se puede pasar de largo por este período sin aludir, al menos brevemente, a la preciosa oración por medio de la cual la Iglesia consagraba en ese lejano tiempo a estas mujeres. La oración invoca a Al Padre con un título magnífico: «Theos, que habitas complacido en el cuerpo de las vírgenes y que amas las vidas de las que están intactas»; se trata de un «Señor que ha reparado todo» y que no sólo restaura la inocencia original del ser humano sino que «lo lleva a experimentar de los bienes reservados para el mundo futuro». Luego el obispo –consciente de la debilidad de la naturaleza- pide con audacia el favor Divino, confiado en la memoria de las “Misericordias Divinas”, los grandes hechos que el Eterno ha realizado en la historia. Y el orante, sabedor que es el mismo Padre el que ha suscitado el deseo de la virginidad, casi como que fuerza al Señor para que le otorgue a su hija el favor que necesita para cumplir su consagración.

El rito en la Edad Media se hizo algo más largo que el original que era más sencillo, pero también se ve en él mucha expresividad: Antes de nada el cuerpo desnudo de la virgen candidata se bañaba en una mitzvé o limpiaba completamente en un barreño adecuado o bañera, una vez seco se vestía de vestido blanco limpio. La entrega de la virgen se hacía al obispo-local por parte de los padres de la joven (o una amiga íntima), seguidamente se realizaba la unión de las manos con las del obispo, la bendición del vestido y del velo, la vestidura, la entrada pausada de la virgen se realizaba dentro de la iglesia-hogar con los nuevos hábitos, y un cántico apropiado, la entrega –además del velo- quien la entrega previamente hace entrega del anillo de bodas al obispo y este en representación del Mesías se lo pone en el dedo a la virgen esposándola para el Señor. El velo es algo que hoy en día no se obliga a ser utilizado en la iglesia-hogar.

Hoy las vírgenes consagradas como “Esposas de Cristo” “Sponsae Christi” según el modelo de la Iglesia-hogar esposa, de quien han nacido y a quien sirven –tal como lo señala la oración con la que las vírgenes reciben sus insignias: «No olvidéis que habéis sido consagradas a Cristo y dedicadas al servicio de su cuerpo, que es la Iglesia» se constituyen en la memoria viviente del Misterio conyugal de Mesías con la Iglesia.

 

Esta vocación eminentemente femenina nos ofrece el diáfano testimonio del amor total al Mesías como Esposo (de las vírgenes prudentes), como quien es la razón de sus vidas, o –para decirlo con palabras de Leandro de Sevilla- como quien es para ellas: “Esposo, hermano, amigo, parte de la herencia, premio, Dios y Señor”.

 

La vocación de las vírgenes consagradas es una experiencia dialogal entre el Divino Amor y la libertad humana. La mujer responde con el llamado que el Señor le ha hecho con el bautismo y más adelante como esposa a las causas del Señor, su esposo.

 

Ella discierne en su corazón como quiere el Elohím Eterno que se configure ese sí en su corazón, para amarlo como Él desea ser amado.

 

Gracias al Espíritu, el Santo, por conducir a las vírgenes consagradas al llamado de su Esposo amado, Yeshúa Mesías.

 

Ellas son un regalo del Divino para la Iglesia Nazarena del Amor.

 

Es el “Espíritu el que suscita en la mujer el carisma y vocación de la virginidad” y ella responde a esta invitación. Es YHVH quien las lleva a la alianza nupcial, aquella alianza que estableció con la humanidad desde el comienzo y que se realizó con la llegada de su Hijo al vientre virginal de Miryam (María). Por la consagración virginal participan de este misterio, por un gran amor a Cristo reciben el don de “unirse a Él por un vínculo conyugal, para experimentar y testimoniar en la condición virginal la fecundidad de esa unión, y anticipar de la comunión con la divinidad a la que toda la humanidad está llamada”. Es dejarse amar por el Mesías, es una vida llena de sentido para entregarse solo al servicio de la Iglesia Nazarena del Amor. Servir con los carismas o dones personales que Dios puso en ellas mediante el Espíritu. Ellas son ejemplo de la imagen de la Iglesia-Hogar que ama a Mesías. y signo del futuro Reino Mesiánico. Ser exclusivamente para el Mesías es ser a la vez entregadas para amar a sus hermanos. La virgen consagrada es regocijo de la iglesia, ella animada por su sí vive en la meditación y la oración. Vive para su Esposo y al mismo tiempo participa del cariño y amor de los hermanos más desfavorecidos “Inmersa en el misterio de la trascendencia divina y encarnada en la historia de los pueblos”

 

Las Vírgenes Consagradas llevan las lámparas de Amor dentro de la Iglesia como antorchas iluminadoras. No deben apagar la profecía y el aceite que hay en ellas, el Espíritu Santo. Están llamadas por la misericordia divina, a hacer resplandecer en su existencia el rostro de la Iglesia, Esposa de Cristo, que es virgen, porque custodia integra la fe, concibe y hace crecer un humanidad nueva.

 

La mujer que se siente llamada a seguir más de cerca de Yeshúa-Mesías, está comprometida con un camino de vida nazarena, un camino de fe y amor motivado por el Espíritu Santo que la mueve y le pide una respuesta activa y una actitud de docilidad para que Él actúe en ella, para que entre en ella integrándose a su cuerpo.

 

Quién está llamada por Mesías a esta vocación no deja su profesión o su trabajo o sus estudios ni a sus padres, sino que sigue con su vida cotidiana en el lugar donde vive o puede vivir sola.

 

 

Ritual:

 

Mediante solemne oración de consagración de las vírgenes es lo fundamental y específico del Ritual.

 

El ministro-local a través de su ministerio, la virgen acepta a Mesías su Esposo: «¿Quieres ser consagrada a nuestro Señor Yeshúa-Mesías, y ante la iglesia-hogar ser desposada con el Hijo del Elohím Altísimo?”. La virgen consagrada se transforma en imagen escatológica de la Iglesia-Esposa… La virgen celebra sus desposorios místicos exclusivos con Mesías por medio de la iglesia particular, de la cual es una piedra viva, y de la cual el obispo ahora hace como Esposo místico. Con respecto al obispo-local, la relación humana con él ocupa un lugar secundario, pues lo primero es la unión con Cristo y la Iglesia; y no se pasa de la virgen consagrada al obispo y, por su mediación, a la Iglesia, sino que pasa de la virgen consagrada a la Iglesia y luego ya al obispo, que es el servidor de la Iglesia y el instrumento de la consagración. Es consagrada por el ministerio del guía-obispo; lo importante, por consiguiente, es el ministerio episcopal y no la persona que lo ejerce y que, evidentemente cambiará. De manera análoga, estimamos a los obispos que han ordenado diáconos., pastores y maestros, pero lo primero y principal es el ministerio episcopal. Quede pues bien entendido que tal mujer llega a ser virgen consagrada en tal iglesia-hogar particular y, por consiguiente, en una relación muy estrecha con su obispo, pero llega a ser virgen en la Iglesia Nazarena, miembro del orden de las vírgenes consagradas en la Kehilá. El obispo-local, ¿puede delegar su ministerio de consagrar vírgenes?

 

La consagración de las vírgenes es un rito festivo de la Iglesia, y la presencia de fieles expresa la participación de la comunidad local en el acontecimiento... la consagración se realiza después de leer el evangelio. La proclamación del Evangelio es seguida de la llamada a las vírgenes: «La ceremonia comienza por la llamada dirigida a las candidatas que esperan en la entrada del recinto. Para invitarlas a avanzar hacia el coro, el obispo canta el versículo 12 del salmo 33: «Venid hijas, escuchadme, os instruiré en el temor de YHVH»

 

Las candidatas o candidata responden a la invitación cantando, mientras avanzan hacia el coro, 2 versículos del canto de Azarías en el horno encendido: “Queremos seguirte de todo corazón.….” Esta parte de la ceremonia es relativamente antigua. Los únicos rituales de la consagración de las vírgenes... Se puede acompañar este rito con el de la luz - las 10 vírgenes de la parábola con sus lámparas encendidas; para esto, después de la llamada del obispo se canta la antífona “Vírgenes prudentes” y, mientras canta, la/s candidata/s se levanta/n, enciende/n su lámpara y avanzan hacia el obispo.

 

Después de la homilía, se entabla un diálogo entre el obispo y las vírgenes. El obispo pregunta a las candidatas, por una parte, si están dispuestas a perseverar todos los días de su vida en el ideal de la virginidad consagrada y en el servicio a YHVH y a la Iglesia, y, por otra, si desean ser consagradas y convertirse en esposas de Mesías. La petición final: “Para que te dignes bendecir, santificar y consagrar a estas hijas tuyas” Seguidamente, las candidatas emiten o renuevan el propósito de castidad para las mujeres que continuarán viviendo en el mundo. Para emitir este voto, la virgen (una por una) coloca sus manos juntas entre las del obispo que las acerca a su cuerpo.

 

Al colocar sus dos manos juntas en las del Obispo le promete ser obediente y el obispo seguidamente le da el beso santo (“ósculo santo”) constitutivo de la vida consagrada y procede a imponer sus manos ahora en la cabeza y frente de la hermana. Pero es evidente que la virginidad consagrada es totalmente una forma estable de vida y así lo deja entender la primera de las preguntas que el obispo plantea a las candidatas:

 

“¿Queréis perseverar todos los días de vuestra vida en el santo propósito de la virginidad, al servicio del Elohím y de la Iglesia?” A la respuesta afirmativa de ellas, se procede a la consagración propiamente dicha. Finalmente ellas permanecen durante el canto final estiradas en el suelo descalzas y su cuerpo boca abajo en señal de entrega y humildad al Señor.