PRISCA Y ÁQUILA

PRISCA Y ÁQUILA

 

06-02-2024

 

No habían pasado 20 años desde la Ascensión de Yeshúa el Mesías, y la semilla del Evangelio ya se había esparcido por numerosas ciudades del Imperio romano. En Roma, la Buena Nueva tuvo acogida entre algunos judíos que profesaban a Yeshúa de Netzaret como el Salvador; entre ellos, Áquila, un tejedor de tiendas de campaña de piel o de lino.

 

 

Procedía de la diáspora por la Anatolia del Norte, la actual Turquía. Su mujer, Priscila —abreviado, Prisca —, era romana, por el hecho de ser mencionada primero cuatro de las 6 veces que ambos son mencionados (ver Hch. 18:2,18,26; Ro. 16:3; 1 Co. 16:19; 2 Ti. 4:19), lo cual es muy poco común en el pueblo judío, muchos han visto en ellos ¡una gran historia de amor de una dama romana adinerada con un hacedor de tiendas judíos itinerante!

 

 

Según una antigua tradición, estaba emparentada con el senador Caio Mario Pudente Corneliano, que hospedaba a Pedro en su casa en el Viminale. Aunque no hay fuentes escritas que lo testimonien, existen pinturas de Pedro administrando el Bautismo a una joven llamada Prisca.

 

 

En los albores de nuestra era, el Gobierno romano confundía a los nazarenos con los judíos, hasta el punto de ofrecerles los mismos privilegios: libre ejercicio del culto y dispensa de obligaciones incompatibles con el monoteísmo, como el culto al emperador. A finales de los años 40, surgieron discrepancias dentro de la comunidad judía acerca de la cuestión mesiánica, y las controversias llegaron a oídos del emperador Tiberio Claudio César.

 

Claudio se había mostrado benévolo con los judíos, pero el temor de una posible revuelta fue motivo suficiente para exiliarlos de Roma, al menos por un tiempo. Un oficial de la corte imperial, el historiador Suetonio, narra escuetamente el decreto del año 49 d.C.: iudaeos impulsore Chresto assidue tumultuantis Roma expulit (“expulsó de Roma a los judíos, pues provocaban desórdenes a causa de Cresto”).

 

 

    «Se ve que Claudio no conocía bien el nombre del Señor —en lugar de Cristo dice Cresto — sólo tenía una idea muy confusa de lo que había sucedido». Forzados a dejar la Ciudad Eterna, Aquila y Priscila se trasladaron a Corinto, la capital de Acaya.

 

 

Aquellos jóvenes inmigrantes debieron abrirse camino en una ciudad cosmopolita. Por sus calles desfilaban griegos, romanos, africanos, judíos… Las tradiciones y mentalidades más diversas convergían en la capital: del levante sirio llegó el culto a Melkart y Astarté; de Roma, los espectáculos sangrientos; los frigios implantaron la veneración a Cibeles, la madre de los dioses.

 

 

 

 

Además, Corinto estaba consagrada a Afrodita. A primera vista, el panorama no presentaba facilidades para que arraigara la vida nazarena. Corinto se emplazaba entre oriente y occidente como escenario clave para quien fuera capaz de dar un nuevo rumbo a la historia. Los corintios frecuentaban las numerosas termas, teatros y basílicas, y los intelectuales tenían acceso a escuelas filosóficas de gran relieve.

 

 

La misma ciudad que abría sus puertas a costumbres inhumanas y a todo tipo de novedades, acogió a este matrimonio mesianista entre sus habitantes. Como era núcleo de la industria de la púrpura y del tejido, Aquila no tardó en instalar su propio taller en un local abierto a la calle.

 

 

Llevaban pocos meses viviendo en Acaya, cuando un viajero pidió asilo en su casa. El huésped llegaba de Atenas, abatido, después de dirigirse a personas ávidas de oír nuevos discursos, pero que no hacían caso de las palabras ni se preocupaban de su contenido: sólo les interesaba tener algo de qué hablar. Tiempo después, Pablo recordaba su entrada en Corinto: “me he presentado ante vosotros débil, y con temor y mucho temblor”

 

 

Aquila y Prisca no soñaban encontrarse con el Apóstol en Acaya. Además de alojarlo en su propio hogar, Aquila compartió el taller con Pablo, pues también era fabricante de tiendas.

 

 

Los Hechos de los Apóstoles cuentan poco acerca de los ratos de labor en el taller de Aquila. Debían de ser momentos de gran concentración, porque los tejedores incluso estaban eximidos de una ley que prescribía ponerse de pie al ver pasar a ciertos personajes distinguidos, para no desatender su tarea.

 

 

Uno de los hechos más relevantes de la historia tuvo lugar a finales del 50 o principios del 51, durante aquellos días de trabajo cotidiano. Timoteo y Silas llegaron a Corinto para hablar con Pablo: traían noticias de los de Tesalónica, que sufrían violentas persecuciones por parte de quienes se resistían a aceptar el Evangelio.

 

 

El Apóstol decidió escribirles para fortalecerlos en la fe y aclarar dudas en torno a la suerte de los difuntos y a la 2ª venida del Señor. La primera Carta a los Tesalonicenses es, cronológicamente, el primer libro del Nuevo Testamento.

 

 

Las horas en el taller contaron momentos de expansión de la fe, no sólo por la actuación del Apóstol sino también por la de Aquila y Priscila y de otros creyentes, gentes desconocidas. En pocos años, la Iglesia-hogar de Acaya en la propia casa de la hermana Prisca, llegó a ser una de las más importantes. Recibieron el Bautismo tanto Crispo, el jefe de la sinagoga, como Erasto, el tesorero de la ciudad; Tercio, quien más tarde sería secretario de Pablo; Ticio Justo, miembro de la colonia romana, que vivía en una gran casa junto a la sinagoga; Estéfanas —un prosélito— y su familia.

 

 

    Se bautizaron libertos, artesanos y esclavos en una ciudad que parecía sorda a las mociones de la gracia. Pablo recordaría más tarde a los corintios: “ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los injuriosos, ni los rapaces es heredarán el Reino del Elohím. Y esto erais algunos. Pero habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre de Yeshúa-Mesías el Señor y en el Espíritu de nuestro Elohím”.

 

 

Despuntaba el otoño del año 52 d.C., cuando Pablo dejó Corinto, después de una intensa labor apostólica que le supuso sufrir duras incomprensiones y la expulsión de la sinagoga. Aquila y Priscila le acompañaron a Éfeso. Esta vez no salían por la fuerza, como en su exilio de Roma.

 

 

 

La fe les presentaba proyectos que años antes no hubieran vislumbrado. “Los creyentes —escribía Orígenes— no desaprovechan nada de lo que está en su mano para extender su doctrina en el universo entero. Para conseguirlo, hay quien se ha dedicado a ir de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, para llevar a los demás al servicio de Dios”.

 

 

Junto a Silas y Timoteo, que formaban el séquito del Apóstol, llegaron a destino, después de una travesía de casi diez jornadas.

 

La nave ancló en el puerto de Palermo, una desembocadura del río Caistro, y los viajeros subieron a la pequeña barca que los dejó en Éfeso, la capital del Asia proconsular. Pablo se detuvo allí poco tiempo, pues debía continuar hacia Siria. Aunque los judíos del lugar le rogaron que se quedara, el Apóstol se despidió de ellos, con la promesa de volver.

 

 

Éfeso era el centro de la provincia más populosa de Asia, donde vivía una importante colonia de hebreos que gozaban del libre ejercicio de la religión. Algunos, venidos de la diáspora, se habían unido a la predicación de Yojanán el Bautizador, en el Yardén. Después se dispersaron, y comenzaron a proclamar a Yeshúa por cuenta propia.

 

 

 

Hablaban de Cristo o del Mesías, pero no sólo no habían recibido el Espíritu Santo, sino que ni siquiera tenían noticia de que existiera el Paráclito. Tal era la condición de Apolonio —abreviado, Apolo—, “hombre elocuente y muy versado en las Escrituras”.

 

 

Lucas, el médico amado e historiador,  precisa que era natural de Alejandría de Egipto, centro importante de la teología judía, donde se profundizaba en la relación entre el Logos, la razón creadora del mundo, y la Revelación contenida en el Antiguo Testamento.

 

Uno de los jefes más reconocidos era el judío Filón, que buscaba conciliar el pensamiento platónico con la enseñanza de las Escrituras. Es posible que Apolo fuera educado en esta cultura de amplios horizontes, abierta a la verdad. Un día, Aquila y Prisca escucharon la predicación de Apolo en la sinagoga.

 

 

Reconocieron el esplendor de un discurso mesiánico y notaron que “en la mente de ese hombre ya se había insinuado la luz de Cristo: había oído hablar de Él, y lo anuncia a los otros. Pero aún le quedaba un poco de camino, para informarse más, alcanzar del todo la fe, y amar de veras al Señor”.

 

 

 

Cuando el joven terminó de hablar, “le tomaron consigo y le expusieron con más exactitud el camino del Elohím.” El hombre docto atendió las razones. Una vez descubierto el camino, se dispuso a emprenderlo y pidió ser bautizado. Como Apolo pensaba viajar a Acaya, le animaron a presentarse ante la iglesia-hogar de Corinto, y escribieron a los discípulos para que le recibieran. Allí fue “de gran provecho, con la gracia divina, para los que habían creído, pues refutaba vigorosamente en público a los judíos, demostrando por las Escrituras que Yeshúa es el Mesías.”

 

 

 

 

 

 

ROMA

 

La casa de Aquila y Priscila

 

 

Por la carta de Pablo a los romanos —escrita hacia el año 57— sabemos que Aquila y Priscila regresaron a la Urbe: “saludad a Priscila y Aquila, mis colaboradores en Mesías Yeshúa, a quienes damos gracias no sólo yo sino también todas las iglesias de los gentiles, y saludad a la iglesia que se reúne en su casa.”

 

 

 

Este tipo de reunión es precisamente lo que en griego se llama “ekklesia”, en latín “ecclesia”, en italiano “chiesa”, en español “iglesia” que quiere decir convocación, asamblea, reunión. La casa de Aquila y Priscila se asentaba probablemente en los cimientos de la actual iglesia de Santa Prisca, en el Aventino. Las excavaciones arqueológicas de los años 1933 a 1966 descubrieron dos edificios de los siglos I y II.

 

 

En el del siglo II, se encontró un lugar de culto al dios Mitra. El hallazgo reafirma la existencia de una domas ecclesiae en sus cimientos, porque era habitual levantar templos paganos donde se había celebrado la liturgia cristiana, para tratar de erradicar la fe en Jesucristo. En la casa del siglo I, se reconoció el titulus Priscae: la tablilla que indicaba quién era el titular de la casa. Con el tiempo —hacia el siglo III— la cura pastoral hizo necesaria la división de la ciudad de Roma en varios tituli, o centros, que hoy llamaríamos parroquias.

 

 

debemos sentirnos con gratitud por la fidelidad de esas primeras iglesias-hogares de las que habla Pablo en su Carta a los romanos, “se debe unir también la nuestra, pues gracias a la fe y al compromiso apostólico de fieles laicos, de familias como las de Aquila y Priscila, el cristianismo ha llegado a nuestra generación (…).

 

 

Para arraigar en la tierra, para desarrollarse ampliamente, era necesario el compromiso de estas familias, de estas comunidades creyentes, de fieles que ofrecieron el “humus” al crecimiento de la fe. Y sólo así crece siempre la Iglesia.

 

 

Toda casa u hogar puede transformarse en una pequeña iglesia. No sólo en el sentido de que en ella tiene que reinar el genuino amor nazareno, hecho de generosidad y atención recíproca, sino más aún, en el sentido de que toda la vida familiar, en virtud de la fe, está llamada a girar en torno al único señorío de Yeshúa ha-Mashiaj”.

 

No sabemos cuánto tiempo permanecieron Aquila y Prisca en Roma. Hacia el año 67 se encontraban en Éfeso, pues Pablo les envía saludos, en su carta a Timoteo.

 

 

Algunos autores hablan de un nuevo regreso del matrimonio a la Ciudad Eterna o, al menos, de Prisca.

 

 

En todo caso, los datos biográficos que han llegado a nuestros días son suficiente motivo de gratitud a quienes siguieron los planes divinos, yendo de una ciudad a otra.

 

 

Vemos en los relatos de Lucas y Pablo que desde el 49 d.C. al 54, en solo 5 años, habría suficiente tiempo para que la iglesia-hogar tuviera un templo o basílica pública para tener en ella el culto, pero lo cierto es que durante todo el período de la verdadera congregación mesianística nazarena, solo las iglesias eran locales, en hogares privados destinados al culto. Fue durante los comienzos de la apostasía que se dejó el sistema de iglesias-hogares. ¡No volvamos a tal costumbre!

 

 

Su casa es modelo de Iglesia doméstica, abierta al mundo y al servicio de la comunidad nazarena que la usaba como lugar de celebración litúrgica. También aparecen Prisca y Áquila, como ya vimos, en los Hechos de los Apóstoles como catequistas de Apolo, un judío convertido al mesianismo nazareno al que expusieron la doctrina de la Iglesia.

 

 

La familia de la iglesia-hogar es misionera

 

«Así como ya al principio del mesianismo nazareno Aquila y Priscila se presentaban como una pareja misionera, así también la Iglesia testimonia hoy su incesante novedad y vigor con la presencia de parejas de hermanos y hermanas, cónyuges y familias cristianas que, al menos durante un cierto período de tiempo, van a tierras de misión a anunciar el Evangelio, sirviendo al ser humano por amor de Yeshúa». Nuestras diaconisas y este hermano que os escribe este estudio compartimos esta llamada misionera, como Aquila y Prisca, en lugares diferentes allí donde el Espíritu nos ha conducido.

 

 

Y es que, «animada por el espíritu misionero en su propio interior la Iglesia doméstica está llamada a ser un signo luminoso de la presencia del Mesías y de su amor incluso para los alejados, para las familias que no creen todavía y para las familias nazarenas que no viven coherentemente la fe recibida. Está llamada, con su ejemplo y testimonio, a iluminar a los que buscan la verdad».

 

 

Por lo tanto, somos felices en saber que nuestras queridas hermanas diaconisas como Prisca son buenas  imitadoras del ejemplo de evangelización junto con los que de corazón limpio invocamos a YHVH en el Mesías.

 

 

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